Tras un turbulento vuelo desde Montevideo, finalmente
llegamos al hotel carioca donde entrevistaremos a Roger Waters. El ídolo
británico se encuentra en Río de Janeiro en el marco de su última gira, que lo
llevará a Montevideo el próximo 3 de noviembre.
Cuando aparece, descubro que se trata de
un hombre altísimo, al menos desde mi asiento. Al acercarse, amaga con sacar la
chota pero, afortunadamente, el asunto queda en chiste.
Estamos en el lobby del hotel. Waters me
saluda con un beso y se sienta, observándome con una sonrisa amplia y casi
todos los dientes en su lugar. Para mi sorpresa, lleva puesta una remera con la
portada de un disco solista de David Gilmour. Pienso en hacer un comentario
gracioso al respecto, pero enseguida me doy cuenta de que soy un periodista
serio y me contengo.
Sé que no tenemos todo el tiempo del
mundo. Así que, tras una rápida vichadita a mis notificaciones de Instagram,
comienzo mi trabajo.
***
Bueno,
Roger. Muchas gracias por dedicarnos este rato.
De nada. Los uruguayos me caen bien. Soy fanático de Queso
Magro.
¿La murga?
Claro, boludo. La retirada del Chuy es un clásico.
Contame. ¿A
vos te echaron de Pink Floyd?
Sí. Me echaron en el 69, pero yo me fui recién en el 85.
¿O sea
que, en la época dorada de la banda, ya te habían dado el raje?
Sí, estaba todo mal. The
dark side of the moon, por ejemplo, lo compusimos sin ganas. Wish you were here y Animals también. Para The wall, la cosa ya se había puesto
complicada en serio. Fijate que, mientras grababa las voces de Mother, David, Nick y Rick me tiraban
piedras desde la puerta del estudio. Fue un momento horrible.
¿Tenés
vínculo con ellos actualmente?
Con Rick no tanto porque está muerto.
¿Y con los
otros?
Menos.
¿Te entusiasma
la gira que estás haciendo? ¿El trabajo no cansa más a esta edad?
El trabajo cansa. Aparte, Wikipedia dice que nací en el 43
pero en realidad soy del 23. O sea, tengo 95 pirulos. De todos modos, el
esfuerzo que hago no es tanto porque me entusiasme la gira sino más bien por un
tema de guita. Andaba medio tirilla y me di cuenta de que era hora de salir a
rescatar algún mango.
¿No la
juntás con pala, como la gente cree?
Sí, pero es poca. Podría juntarla con un cucharón o una
espumadera.
¿Qué sensación
tenés de cara a tu primera presentación en Uruguay?
Bueno, mirá. Voy a contarte algo que la gente no sabe.
Esta no es la primera vez que actúo en Montevideo.
¿Cómo?
Claro. Pink Floyd tocó en Uruguay en 1982. Pasa que fue un
show medio canuto y la gente no sabe eso. Estábamos en Inglaterra grabando The final cut, agarrándonos a las piñas
todos los días, y una noche el ingeniero de sonido nos dice: «¿Por qué no se
pegan una escapada a algún rincón tercermundista donde nadie les rompa los
huevos y vuelven más tranqui?». A mí me pareció un comentario imperialista
desagradable, pero no me importó y dije que la idea estaba buena. Los demás
también se entusiasmaron. Y entonces Nick, que es hincha enfermo de Peñarol,
propuso ir a Uruguay, así él de paso podía ir al estadio a hacerle el aguante
al manya. Y allá fuimos.
¿Pero
dónde se hospedaron? ¿Y tocaron al final?
Nos instalamos en la casa de un político amigo mío,
Aparicio Méndez, que en ese momento estaba pasando por un buen momento porque,
según me contó en aquel entonces, había sido electo como presidente.
Pero
Méndez fue un dictador. Te mintió.
¿Qué tirás mala onda, pendejo? Yo a Apa le creía.
Bueno,
como quieras. ¿Y me decías que llegaron a tocar?
Sí. Un día estábamos tomando grappa en un bar de la calle
Fernández Crespo y se nos ocurrió armar un toque ahí esa misma noche, por el
placer de tocar sin gente que nos reconociera. Y bueno, terminamos tocando para
unos viejos de mierda.
¿Qué son
esos ladrillos?
¿Cuáles?
Estos que
están apareciendo entre vos y yo.
Forman parte del muro que nos va separando. Apurate a
tirarme alguna pregunta más porque marchás.
Pero el
muro me desconcentra. Crece a cada segundo.
¿En serio va a terminar esta entrevista y no vas a
preguntarme si me molesta que muchos uruguayos se hagan los graciosos llamándome
Rogelio Aguas?
¿Qué dijiste?
¡No te oí! ¡Ya casi no te veo!
I said you’re
a pig. How I wish, how I wish you were not here. Goodbye, blue sky!
© Melón Echagüe, 2018